KYRIE ELEISON

     

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DENUNCIA

     

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LA DECADENCIA DE OCCIDENTE


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  Occidente: una civilización decadente, sin valores. Unas iglesias cristianas que han perdido toda su credibilidad. Los hombres buenos sienten la libertad como un derecho y no están dispuestos a entregársela a otros hombres que no dan testimonio alguno.
Los grupos cristianos llevan a los hombres por senderos paralelos, pero que no encuentran ningún punto de confluencia. Cada grupo busca su propia gloria.
El Mal se ha adueñado del poder político y social, aprovecha la decadencia de las iglesias para desacreditarlas. Ellas no pueden defenderse porque no están unidas. Y cuando no hay unión es que Dios no está presente. Y cuando Dios no está presente, todas las edificaciones corren el riesgo de derrumbamiento.

El imperio occidental está creciendo demasiado y sus cimientos cada vez están más deteriorados. Todo esto amenaza ruina, desastre.
Los hombres occidentales están borrachos de comodidad y de consumo, sobrealimentados. Buscan más y más necesidades porque ya están satisfechos, y no saben ni lo que quieren ni a dónde van.
La pobreza de la civilización occidental en la mayoría de los casos no es sino la expresión del hastío, no de la necesidad. Es el excremento infecto de una sociedad enferma.
La iglesia católica está regida por hombres sin fe, hombres que no conocen a Dios. Ellos se han adueñado del poder y ya no buscan la Verdad, sólo buscan mantener erguida la institución. Están dispuestos a lo que sea para que la institución no se venga abajo: a lo que sea menos a renunciar a sus privilegios.

Por el contrario, muchos pueblos orientales conservan unos valores morales que les permiten crecer y fortalecerse. El espíritu es el que da fuerza a los hombres. Murallas y fosas no pueden nada contra la fuerza del espíritu.
En estos hombres occidentales hastiados, sobrealimentados, acomodados, ya no hay espíritu. Basta que los cimientos se comiencen a agrietar, y de oriente vendrá su ruina. No hay ejércitos suficientemente fuertes como para poder evitarlo porque los occidentales le tienen demasiado miedo a la muerte. Se han engolosinado con la vida mundana, son como damiselas acosadas por guerreros: mientras la torre en la que se esconden se mantenga, ellas están a salvo, pero cuando la torre pierda estabilidad, ya no habrá salvación para ellas.