KYRIE ELEISON

     

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IGLESIAS

     

ministerio: inmunidad moral

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  Una vez asistí a una ceremonia en una iglesia evangélica que me agradó mucho. Los cantos de entrada eran muy alegres y levantaban el ánimo de los asistentes, luego habló un predicador invitado (creo que americano) que hizo un análisis muy interesante de un texto del antiguo testamento, sacando conclusiones también muy afortunadas y útiles para la vida diaria.
Sin embargo una cosa me sorprendió negativamente. Quizá no era algo demasiado importante, pero a mí me produjo un cierto rechazo:
En las paredes del salón de la iglesia estaban escritas muchas citas bíblicas. Todas eran de San Pablo. Ni una sola era de Jesús.

Por otra parte, al observar la arquitectura espiritual de las iglesias cristianas en general, y la católica en particular, la sensación que produce esta observación nos lleva inevitablemente a reconocer en ella la mano de San Pablo, mucho más que la mano de Jesús.
Jesús vino a predicar la institución de un Reino de libertad, un Reino que no es de este mundo, y al que se accede en la autenticidad interior que sólo se alcanza “haciéndose como un niño”.
Sin embargo Pablo, sin llegar a contradecir en nada a Jesús, propone una iglesia de características más tangibles.
El componente oriental en la espiritualidad de Jesús, sin embargo se ve muy mermado en la mentalidad occidental, cultura griega, propugnado sobre todo por San Pablo.

San Pablo, santo sin lugar a dudas, fue sin embargo un hombre muy contradictorio.
Por un lado dice expresarse con palabras sencillas, por el otro tiene grandes párrafos en sus cartas que carecen por completo de la sencillez que, por ejemplo, nunca dejamos de observar en las palabras de Jesús.
Por un lado habla de una dimensión espiritual libre de trabas y de tradiciones, y por el otro defiende el uso del velo en el templo, para las mujeres.
Por un lado se llama a sí mismo “feto”, por el otro dice sentirse orgulloso de ser el apóstol más golpeado, más sufrido de los doce.
Por un lado habla de Reino como una realidad presente, por el otro intenta apuntalar la institución eclesiástica con procedimientos humanos, estableciendo justamente las jerarquías que Jesús siempre rechazó: “Uno solo es el Padre, uno solo es el Cristo, vosotros todos sólo sois hermanos...”
El único apóstol que no vivió personalmente las enseñanzas de Cristo, es sin embargo el que más quiso influir en las directrices de las comunidades que se iban formando.

En la iglesia católica leemos en misa las cartas de San Pablo, y concluimos: “Palabra de Dios”.
Palabra de Dios hay sólo una: Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne.
Las palabras de San Pablo deben ser escuchadas con atención, deben ser muy respetadas, pero yo no creo que de ser tenidas como “Palabra de Dios”.
Ni las de San Pablo, ni las de ninguno de los apóstoles.
Una cosa es que un hombre, lleno del Espíritu Santo, hable de las cosas divinas, y otra cosa es darle a esas palabras una dimensión de “infalibilidad científica”, es decir, traer a la mentalidad occidental, muy proclive a solidificar ideas y conceptos, una forma de expresión libre propia de la mentalidad oriental, donde las palabras sólo son un vehículo y nunca pueden ser un armazón ideológico, un estorbo para el encuentro personal y directo con la divinidad.