KYRIE ELEISON

     

los 7 libros

28

   

ECUMENISMO

     

añoranza de unidad

ANHELO


anterior - índice - siguiente

             
  El hombre debe mirarse a sí mismo en el espejo de los demás.
El pecado que yo soy capaz de ver en el otro está, sin ninguna duda, dentro de mí. Más o menos oculto, pero dentro de mí. Porque si no estuviera dentro de mí, yo tampoco podría verlo en el otro. Y si lo rechazo en el otro es porque, en definitiva, lo estoy intentando ocultar en mi interior. De ahí que ningún hombre pueda hacer cómplice a Dios de su juicio contra otro hombre.

Mas, ¿qué me lleva a mí a decir "esto está bien y aquello está mal"? ¿El juicio o el discernimiento?
El pecado que vemos dentro de nosotros tiene que llevarnos a la humildad y alejarnos del juicio. Pero no ha de llevarnos a una falsa humildad apabullante, que hace del cristiano un ser apocado, incapaz de discernir, incapaz de tener criterios, incapaz de denunciar injusticias.
La humildad es la Verdad, y la Verdad lleva a la acción firme. Hemos de luchar por el Reino y su justicia, y denunciar la presencia del Mal, ¡con la misma fuerza y decisión con la que debemos ser capaces de reconocer nuestros propios errores!
 

El hombre no puede purificarse ni santificarse mirando sólo a Dios. Debe mirar también a su hermano, pues el mandamiento más grande tiene dos dimensiones: Dios y el prójimo, y no será verdaderamente cumplido si no es en su totalidad.
Cuando el hombre se olvida de su prójimo, Dios se desvanece de su interior. Entonces el hombre busca a Dios en leyes que cumplir, le busca ideologías a las que aferrarse, y lejos de encontrarse con Padre Dios, estará construyendo su propio dios. Porque Dios en ningún caso se hace presente si no hay Amor al prójimo.

Así mismo, las iglesias, cuando dejan de mirarse las unas a las otras, cuando no lloran juntas la desunión, cuando no se añoran en la unidad de Cristo, entonces es que se han encerrado en ellas mismas: Dios se ha desvanecido.
De nada les sirve levantar sólidos muros doctrinales, construir cómodos divanes rituales ni afianzar esta mansión con firmes columnas jerárquicas.
Mientras las iglesias no se miren unas a otras con Amor, Dios no hará acto de presencia.