KYRIE ELEISON

     

los 7 libros

62

   

ESPIRITUALIDAD

     

cuaresma (2)

CUARESMA


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  Yahvé no le prometió a Abraham grandes experiencias místicas, sino una tierra y una descendencia.
El pueblo de Israel salió de Egipto buscando una tierra donde poder gozar de abundancia y libertad.
Es cierto que existía en aquel pueblo una forma de espiritualidad, pero esta espiritualidad era bastante práctica. El hombre se sometía a Yahvé para conseguir larga vida, salud, tierras, hijos, silos repletos de grano...
Sólo cuando el pueblo judío había vivido su realidad material, llegó el Cristo para encaminarle a una realidad espiritual, trascendente: El Reino de los Cielos. 

Cada ser humano que busca a Dios traza con su vida el mismo camino, desde el antiguo testamento hasta la Buena Noticia.
Primero busca a Dios para que le resuelva sus problemas materiales. Para alcanzar esto es necesario cumplir leyes. Dice el Deuteronomio:
“Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia.
Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión.” 

Pero llega un momento en la vida del ser humano en la que ya los asuntos materiales no son significativos, y aspira a ideales más elevados de Bondad, de Justicia, de Paz.
Entonces es cuando se da un cambio cualitativo desde el egoísmo del hombre que sólo busca a Dios para si, igual que el pueblo judío buscaba a Yahvé para llegar a poseer su tierra, hasta el Amor del que ya no mira por si mismo, y busca a Dios y le pide que le dé vida y energía, no para propio provecho, sino para hacer un mundo mejor.
En este cambio cualitativo está el punto de inflexión entre el judaísmo y el cristianismo. 

No hay ningún cambio esencial en el ser humano que no obligue a atravesar un desierto, una puerta estrecha. Jesús lo comparaba a los dolores de un parto, y hablaba de “volver a nacer”, pero esta vez no en la carne, sino en el Espíritu.
Los judíos no entendieron este mensaje. Ellos ya habían atravesado el desierto a la salida de Egipto y habían tomado posesión de la tierra prometida.
Los seres humanos tenemos la tendencia a identificar la presencia de Dios con la seguridad y el acomodo. Entendemos que Dios nos haga confortable nuestra casa, pero no entendemos que pretenda sacarnos de ella para llevarnos a otra parte. 

De lo material a lo espiritual: ese es el sentido de toda experiencia verdadera de encuentro con Dios.
Esconderse en el espíritu dando la espalda a todo lo material es engañarse en una mística sin cuerpo. Sin embargo el cuerpo material es el Templo desde donde nuestro espíritu actúa, realiza y da fruto.
Desde la belleza de lo tangible (la tierra prometida) hasta la Belleza trascendida (el Reino de los Cielos). No es posible una cosa sin la otra.
No podemos llegar al Reino sin atravesar el mundo. No podremos admirar la Belleza trascendida si no es a través de la belleza de lo tangible.
Ni podremos alcanzar el Amor eterno y perfecto si no es amando lo finito e imperfecto. 

La cuaresma nos anima a no olvidar que el desierto es el mejor aliado del hombre que camina hacia Dios.
Donde hay un desierto hay una transformación profunda, un cambio cualitativo, un volver a nacer, pero en otra dimensión, cada vez más fuera de la realidad material que, al tiempo que nos protege, nos aprisiona y nos limita.
Lo mismo que en el judaísmo, el cristianismo inmaduro tiende a cerrarse en “grupos verdaderos”, en un nuevo “pueblo escogido”, sin darse cuenta de que la elección es cosa de Dios, no de unas consignas doctrinales, y que ese “pueblo escogido” es la humanidad entera, pues a la humanidad entera va dirigido el mensaje del Cristo.