KYRIE ELEISON

     

los 7 libros

80

   

EL REINO

     

el Cristo

PUREZA


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  El Cristo, ese aspecto de la divinidad que se manifiesta como el impulso amoroso de Dios por el encuentro con su propia creación, existe desde el principio de los tiempos, y no ha permanecido escondido en ningún momento de nuestro espacio-tiempo cósmico.

Cuando los antiguos profetas hablaban, no lo hacían desde la objetividad de unos conocimientos que les eran mostrados desde afuera, sino que lo hacían desde la vivencia real, desde una experiencia personal que implica necesariamente la presencia del Cristo en ellos.
Los profetas tenían clara conciencia de que ellos mismos no eran la encarnación perfecta del Cristo, pero no por eso deja de ser cierto que, en la medida en la que hablaban del Salvador que habría de llegar, estaban hablando de ellos mismos.

Profundizando en el mensaje cristiano, alejándonos del aspecto ritual-religioso y adentrándonos en lo más sutil, reconoceremos necesariamente una forma de encarnación del Cristo en el hombre, expresada sobre todo en la idea de la unidad:
“Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean perfectamente Uno...”
El cristiano está llamado a compartir la divinidad encarnando al Cristo mismo.

Hay quienes pretender ver en maestros espirituales de la antigüedad oriental encarnaciones del Cristo. Esto quizá se podría matizar, pero no creo que deba negarse a la ligera.
Jesús de Nazaret nació, vivió y murió, pero Él encarnó perfecta y plenamente al Cristo.
En su pasión y muerte, derramó sobre toda la tierra la acción salvífica divina rompiendo el velo del templo: La distancia insalvable que mediaba entre el Cielo y la tierra, Dios y los hombres.
Este hecho único e irrepetible hace de la persona de Jesús el Camino verdadero que sacia toda inquietud humana por reencontrarse con su creador.

Este hecho es válido y eficaz en si mismo.
Aunque Jesús no hubiera hablado, aunque sus palabras no hubiesen quedado, su pasión, muerte y resurrección hubieran bastado para que los seres humanos tuviéramos acceso al Reino de Dios.
Los hombres andan muy preocupados por dar coherencia y consistencia a sus armazones ideológicos, pero descuidan lo más importante, lo único esencial: La pureza interior.

La realidad, en si misma, no es ni más ni menos por el hecho de que los seres humanos tengan o no conciencia de ella.
Negar al Cristo no es negar los atributos de la persona de Jesús ni los dogmas que sobre Él se han definido. Negar al Cristo es negar unos valores eternos y resistirse a ser invadido por el Espíritu de la Verdad.

Cuando Jesús subió al monte de las bienaventuranzas habló de unos valores eternos:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.”
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán á Dios.”
....
Ya no se trata de creer en un personaje histórico ni de construir una ideología a partir de su predicación, se trata de poseer unos valores que, gracias la ruptura del abismo entre Cielo y tierra por Jesucristo, pueden llevar al hombre al Reino de los Cielos y a la visión verdadera de Dios.
Otra cosa es que Jesucristo se ofrezca a sí mismo como médico de las almas enfermas: “No he venido a curar a los sanos sino a los enfermos.”

Si bien es cierto que todo hombre es un enfermo que necesita de Jesucristo, tampoco deja de ser verdad que todo aquél que busque en su vida los valores eternos porque instintivamente los reconozca como buenos (y que consecuentemente se deje invadir por el Espíritu de la Verdad), se beneficiará por igual de las bendiciones de Jesucristo. Aunque no se reconozca cristiano, aunque no tenga una idea consciente de Dios.
Hay muchos seres humanos que se confiesan no-cristianos, o que simplemente ni siquiera conocen a Jesucristo. Sin embargo muchos de éstos están más cerca de llamarse ‘bienaventurados’ que otros que dicen ser cristianos.
De éstos es el Reino de los Cielos, y ellos verán a Dios.

Las iglesias han ayudado a difundir el mensaje cristiano cumpliendo así con la misión que Jesucristo les encomendó, pero al mismo tiempo han corrido un velo en el que han dibujado sus propios esquemas religiosos humanos, impidiendo que muchos hombres puedan reconocer en Jesucristo el Camino, la Verdad y la Vida.
En ningún sitio se dice que el ser humano vaya a ser juzgado por sus ideas.
Las ideas son sólo expresión de una realidad interior. Si la realidad interior es pura, si el hombre busca los valores eternos, ése ya está con Cristo, y con Él recoge, sean cuales fueren sus convicciones religiosas.