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Desde el mundo donde nos encontramos miramos al horizonte buscando nuestra Patria.
Le damos la espalda al mundo y no la vemos, pero nos ponemos de cara a él y allí está.
A lo lejos, en el horizonte, en la dirección en la que menos nos apetece caminar.
Nuestra Patria y el mundo, dos cosas tan opuestas, pero no existe la una sin la otra.
Somos extranjeros, pero no podemos salir de nuestro exilio por la puerta trasera.
Tanto peor está el mundo, tanto mayor es nuestra responsabilidad de atravesarlo.
Y no atravesarlo de puntillas, esquivando obstáculos, sino dando la cara;
de otro modo el propio mundo nos obligaría a desviar nuestro Camino.
¿Quién nos va a proteger? ¿Quién nos asegura que no seremos devorados?
Hay que caminar sobre las aguas, sobre la muerte, y no mirar nunca hacia abajo.
El Cristo y el Padre hacen su morada en nosotros, no hay nada que temer.
Por el Camino lo perderemos todo, incluso lo que considerábamos muy valioso,
tanto, que nunca llegamos a pensar que el Dios de misericordia nos lo iba a quitar.
El Dios de misericordia nos necesita despojados de todo para poder guardarnos.
Cualquier dependencia con el mundo significaría el origen de nuestra corrupción.
Ahora no lo vemos, cuando lleguemos nos daremos cuenta de que todo era bueno,
todo era necesario, en todo estaba su divina providencia. No existía otro Camino.
Pero entonces ya no desearemos mirar otra vez hacia atrás...
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