KYRIE ELEISON

     

los 7 libros

02

   

DENUNCIA

     

sin Amor

PROFETAS


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Los antiguos profetas de Israel nunca hablaron para condenar a su pueblo, sino para enderezarlo. Las amenazas fueron siempre llamadas de atención, para zarandear los corazones de los hombres y así permitir que las palabras de conversión pudieran ser escuchadas.
Jesucristo, al ver la incredulidad de su pueblo y la dureza de sus corazones, no se fue a otro lugar ni renegó de sus hermanos.
Fue a morir a Jerusalem, justo allí donde estaban aquéllos que le perseguían.
Hoy vemos falsos profetas que condenan sin Amor, que se esconden fuera de la ciudad y desde fuera lanzan sus maldiciones. Luego salen corriendo para que nadie les alcance.
 

 
El profeta actúa en el Nombre de Dios, y Dios se expresa por medio de él.
Endereza la caña que está doblada. Sostiene al que se tambalea. Recoge al que se ha caído.
Pues ésta es la acción de Dios.
Pero el acusador, cuando ve la caña quebrada, la arranca, al que se tambalea lo empuja para que termine de caer. Al que ha caído, a ése lo remata.
Igual que el médico clava el bisturí en el cuerpo del enfermo para extirparte un tumor, así también el profeta a veces es hiriente. Pero nunca hiere si no es para sanar.
Sin embargo el acusador hinca su espada y no la saca hasta que no ve muerto a su adversario.
El acusador actúa en el nombre de aquél que ya ha sido vencido por Jesucristo: "...ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche..."
 

Cuando hay Amor, aun las críticas más duras están justificadas. Un padre que corrige a su hijo, al igual que aquél que corrige a su hermano, cuando hay verdadero Amor, ¿quién puede reprocharle nada? La indiferencia no se puede justificar entre hermanos, pero las críticas sí.

Pero las críticas entre iglesias cristianas no tienen su fundamento en el Amor, sino en la condena. Utilizan la Biblia para destruir, para desheredar a sus hermanos y apropiarse de las promesas de Dios.
La indiferencia de las iglesias poderosas hacia las pequeñas iglesias es injustificable: El desprecio hacia el error encaramados en la "cátedra de la verdad".
No se dignan a inclinar el oído y escuchar lo que de verdadero haya en toda esa protesta, que nunca nace de la arbitrariedad.

Las condenas de las iglesias minoritarias, que apenas acaban de nacer, contra las iglesias que han de cargar con toda su historia, no tienen ni asomo de misericordia.
Mientras "los viejos" cargan con sus pecados y con los de los demás, "los jóvenes" consumen su tiempo leyendo la Biblia descubriendo aun más argumentos para incriminar y desacreditar.

Dentro de toda esa lucha sin amor, sin misericordia, sin ningún interés por la escucha ni el reconocimiento de las propias faltas, se cantan salmos y se repiten las bienaventuranzas, se leen las enseñanzas de Cristo y se oye decir a menudo: "No juzguéis si no queréis ser juzgados, no condenéis si no queréis ser condenados."