KYRIE ELEISON

     

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34

   

ECUMENISMO

     

universalidad

RECONCILIACIÓN


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  Dice el Señor: "El que se encuentra con el Padre, el Padre me lo envía a mí".
Un musulmán que se encuentra con Alá, se llena de Amor, y entonces siente el impulso irrefrenable de ayudar a su prójimo, hasta sus últimas consecuencias.
Esto es exactamente lo que quiso decir el Señor con esas palabras.
Sin embargo muchos cristianos las interpretan así: "el musulmán que se encuentre con Dios terminará entrando a formar parte de una iglesia cristiana". No es este el sentido auténtico y profundo de las palabras del Señor.

Jesucristo está en el hecho de que un hombre sea capaz de dar su vida por los demás. Morir, en el sentido de consumirse, gastarse por su prójimo, y por defender la Verdad ante el mundo. El que defiende la Verdad del Amor está defendiendo a Jesucristo, aunque no lo llame por su nombre.
Hay iglesias cristianas que, con la Biblia en la mano y estudiando versículo por versículo, todavía no han descubierto esta Verdad. Es más que posible que muchos musulmanes lo tengan más claro que ellos.
 

Cristianos de todo el mundo, de todas las iglesias: vivamos confiados y sin temor. Las palabras de misericordia de nuestro Padre Dios van todas dirigidas a nosotros, y las de severidad y denuncia no son contra nosotros, sino contra el Maligno que nos mantiene presos en el temor.

Ninguna iglesia es mala (no hablo de sectas fanáticas), ningún orden eclesiástico escapa a la providencia divina, nada queda fuera del plan de salvación para todos nosotros: su pequeño gran rebaño.
A veces podríamos pensar que, a la Luz de la Verdad, deberíamos cambiar nuestros esquemas doctrinales, nuestros ritos, no sea que Dios se enfade por nuestros errores.
Dios no se enfada por nuestros errores si en nosotros hay verdadera incondicionalidad en la búsqueda de su voluntad.

Hay hombres que necesitan observar mucho rigor en la doctrina, si no se sienten desconcertados y caen presos en el temor. Dios no va a quitarle a nadie el soporte que necesite para caminar hacia Él.
Hay hombres que necesitan desembarazarse de condicionantes rituales estrictos para poder caminar hacia Dios con alegría. Tampoco a éstos Dios va a imponerles preceptos que, en lugar de ser impuso en el camino, sean una rémora.

Cuando el temor se disipa, la alegría aparece desbordante, y los hombres se aman por encima de sus diferencias. Por eso, el camino de la conciliación no es un camino de temor, sino de alegría, de Amor y de libertad. Y nadie siente mayor libertad que aquél que ha devuelto a su verdadero dueño aquello de lo que se había apropiado y que no era suyo.
Devolvamos pues a Dios lo que es de Dios, y digamos con fe: "Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, Señor".

No todo lo que existe es bueno, pero todo está bien en tanto que todo es como Dios ha permitido que sea dentro de su plan providencial de salvación, y que siempre escapa a nuestra capacidad de comprensión.
Pero ahora miremos un poco más hacia arriba. No nos dejemos atrapar por ese grupo o esa iglesia en el temor de que fuera de allí sólo está el Maligno. El Maligno está a veces más dentro que fuera.
Las iglesias son una bendición del Cielo, un impulso hacia Dios, un oasis dentro del mundo. Pero el Reino está aun más arriba, por encima de todas ellas, por eso digo: "no nos dejemos atrapar".
Pues no es voluntad de Dios que los hombres vivan sometidos al poder de ninguna institución que no sea el Reino de los Cielos. Pero en el Reino no existe el temor, sino que los hombres viven libres en el Amor.


Fuerzas espirituales tienen que existir porque el hombre es un ser esencialmente sociable, y toda sociedad es un organismo vivo que se mueve en un ámbito en el que los hombres, individualmente, no pueden influir.
Pero Cristo no vino a crear un orden social ni más fuerte ni más santo que los demás, sino que vino a liberar al hombre de la soberanía de todos los órdenes sociales y conducirlo hasta un Orden en el que el hombre es libre porque no está sometido por otra cosa sino por el Amor.

Los hombres se reúnen en el nombre de Cristo y hacen bien, porque así Él lo mandó, y Él no instituyó la eucaristía en solitario sino reunido en comunidad.
No es el cristiano un hombre que pueda ni deba apartarse del mundo, de los ordenes sociales, al contrario, deberá incluirse en ellos pues de otro modo nunca podría ser sal de la tierra ni Luz en el mundo.

Pero cuando el cristiano no señala hacia el Cielo, hacia la Libertad en el Amor, sino que señala hacia otro orden social que compite con todos los demás para alcanzar su soberanía, entonces no hay sal, no hay Luz.
Cuando Jesús predicaba y hacía milagros, la multitud se entusiasmaba y quería nombrarlo rey. Pero Él se escondía. ¿Por qué no aceptó ese cargo? Hubiese podido fundar Él mismo su Iglesia antes de morir. ¿Por qué no lo hizo?
Sin embargo Él, a su muerte, lo dejó bien claro: "Soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo".

Cristo no escribió nada, y si mandó a escudriñar las escrituras sólo fue por una razón: los judíos, que tomaban las escrituras al pie de la letra, como algo infalible en todos sus aspectos y que las estudiaban a fondo, sin embargo no querían reconocer que, a la luz de estas mismas escrituras, el Mesías prometido y Jesús de Nazaret eran la misma persona.
Pero Él mandó a sus discípulos a predicar la buena noticia, la buena nueva, y para ello ya no era necesario cargar con la vieja ley, pues ésta ya había sido cumplida y llevada a plenitud.
¿En qué pasaje bíblico les dice Jesús a sus discípulos, "llevad las escrituras allí a donde vayáis"? Estas palabras hubiesen estado en contradicción con todo el mensaje que los evangelios nos explican sobre las enseñanzas de Jesús.

¿Voy yo a decir: "que no haya iglesias", o: "no es necesario el estudio de la Biblia"?
No voy a decir eso, simplemente Dios me manda a una cosa: A invitar a los hombres a que devuelvan al Cielo lo que es el Cielo, y que dejen en la tierra lo que es de aquí abajo.
La Biblia es un libro lleno de palabras escritas por hombres. Estos hombres, llenos del Espíritu Santo, fueron capaces de sugerir un mensaje bellísimo, sublime, divino, pero la Palabra de Dios es sólo una: Cristo, la Palabra hecha carne, que murió por Amor y luego resucitó.

Todo hijo del Reino es santo por el Amor. Por el Amor, Dios no le recrimina sus malas acciones, y si no se las recrimina es que le son perdonadas, y si le son perdonadas no hay pecado en él, y si no hay pecado en él entonces es santo.
Pero su cuerpo sigue realizando obras malas que él no acepta, sino que rechaza y, gracias a eso, siempre es devuelto a la humildad.
Así también se encenderá la Luz en el mundo cuando en las iglesias cristianas resplandezca, por encima de todo, el Amor: serán santas a pesar de sus pecados, pero ¿qué clase de amor es ése que lleva a los cristianos a pelarse, a permanecer desunidos, y a señalarse a sí mismos y unos contra otros como única vía de salvación?